Un día cálido, un sol
imperial, tanto que parecía irreal en la playa de Sopelana, perp eso
sí, lucia también la sempiterna bandera roja que anunciaba un mal
día para meterse muy adentro en las frías aguas del cantábrico a
pesar de ser un mes de julio caluroso incluso para la norteña
Bizkaia. Era año 1984 y uno de los muchos adolescentes que habia en
esa playa se aburría, se aburría, tanto que se había cansado de
dar paseos por la orilla con su orgulloso padre, que no paraba de
contarle historias de cuando emigró desde el sur del país hasta el
Norte, en pos de una oportunidd, como él siempre recalcaba “su
oportunidad” y de como a conoció a compañeros de trabajo que se
convertirían en su “charpa” un grupo de amigos tan inseparables
que nunca perdieron el contacto. Tanto era ese vínculo que ahí
encontró sedujo y se llevo al sur al amor de su vida, la que seria
su madre, Pero nuestro adolescente que por entonces ya contaba 14
años y empezaba a tener pelusilla en la mandíbula, en las axilas y
el pubis, la historia le parecía tan repetitiva que decidió dejar a
su padre solo hablándose a si mismo mientras el se sentaba en la
orilla a remover arena como el niño que aun llevaba dentro pugnando
por no desaparecer en el ya notorio crecimiento de chaval. Su padre
lo observo entre desesperado y molesto y lo dejó solo mientras
volvía bajo la sombrilla en la playa y daba un sonoro beso en la
mejilla a su norteña y siempre irascible esposa... el drama de
nuestro chaval al ver la escena aumentaba entre aspavientos con los
brazos y gruñidos al azul cielo por su despiadada e injusta fortuna.
En la orilla de la playa
se sentaba nuestro adolescente maldiciendo su suerte, cuando ella
apareció, era una chica de unos dieciseis años, morena de pelo
corto y una sonrisa picara casi insolente. Como nuestro chaval,
estaba en la playa con su familia, la diferencia era que ella si
disfrutaba de cada momento en la playa y sus ojos brillaban oscuros y
traviesos mientras revoloteaba alrededor de sus amigas y familia,,
para nuestro chico fue una imagen demoledora y letal, estaba herido
en el corazón y sentía que se le salia del pecho al ver lo que en
ese momento consideró una diosa puesta allí para amarla con toda la
pasión que era capaz de juntar y reunir...lo malo es que ella se dió
cuenta y lo miró aún con más insolencia y un desafió que parecía
decir: ven, inténtalo si tienes lo que hay que tener.
¡¡Por vida de!! claro que entendió con claridad ese desafío, lo
entendió tan bien que el sureño que llevaba dentro se dijo:
¡¡por mis huevos que voy a hablar con ella!!
.
Pero una cosa es levantarte como el Sol Invicto y otra calentar el
valle, y si, aquí nuestro adolescente sintió como si estuviera
paralizado por un encantamiento, mientras ella lo desafiaba con la
mirada. Y entonces si, amigos, tan rápido se levantó como volvió a
sentarse en la arena esta vez no enfadado sino más bien colorado
resoplando de vergüenza, esta era sin duda una situación nueva e
insólita y como no podía ser de otro modo la vio reírse con ese
descaro e insolencia, a el no me enfadó, sino que en su corazón aún
encendió mas ese fuego de amor juvenil, era tierno y a la vez
ridículo pero fresco y fragante como esa brisa marina de la playa. Y
ahí sentado se paso todo el dia hasta que de nuevo paso su padre y
le volvió a preguntar si quería darse un paseo por la orilla y esta
vez sí, aceptó ese paseo y mientras andaban el adolescente dijo:
Papá, ¿cómo fue que conociste a mama aquí en Sopelana.
Y entonces comprendió y le pareció la historia más hermosa del
mundo, ese día el chico con sus catorce4 años dejó de ser un niño
para empezar a convertirse en un joven hombre.
Hace unos años me di una vuelta por Sopelana, no era verano y no, no
hacia sol, era noviembre hacia un tiempo malisimo con esa lluvia tan
salvaje como norteña, la playa estaba como la recordaba, salvaje con
su bandera bien roja pero con los chiringuitos cerrados y sólo los
vigilantes dando paseos para avisar a despistados y algún surfero
buscando una buena ola. Y de pronto me fje en el sitio donde ese
chaval miró con timidez a a esa chica y esbocé una sonrisa y me
dije: ay papá lo que nunca me explicaste era como hablar
con una chica. Y volví a ver la
escena como si de un sueño se tratara e intenté decirle: ¡¡ve
por ella, sus ojos piden pasión!!.
Pero el tiempo nunca corre hacia atrás y volví a ver como la
timidez de la adolescencia lo volvía a derrotar. Lo peor, es que yo
tampoco me atreví a decirle nada a esa bruma temporal y me dije: hoy
no tengo al pelmazo de mi padre para contarme la maldita historia de
como conquistó a mi madre.