lunes, 21 de febrero de 2022

Adolescencia, Sopelana y una historia de amor

 

    Un día cálido, un sol imperial, tanto que parecía irreal en la playa de Sopelana, perp eso sí, lucia también la sempiterna bandera roja que anunciaba un mal día para meterse muy adentro en las frías aguas del cantábrico a pesar de ser un mes de julio caluroso incluso para la norteña Bizkaia. Era año 1984 y uno de los muchos adolescentes que habia en esa playa se aburría, se aburría, tanto que se había cansado de dar paseos por la orilla con su orgulloso padre, que no paraba de contarle historias de cuando emigró desde el sur del país hasta el Norte, en pos de una oportunidd, como él siempre recalcaba “su oportunidad” y de como a conoció a compañeros de trabajo que se convertirían en su “charpa” un grupo de amigos tan inseparables que nunca perdieron el contacto. Tanto era ese vínculo que ahí encontró sedujo y se llevo al sur al amor de su vida, la que seria su madre, Pero nuestro adolescente que por entonces ya contaba 14 años y empezaba a tener pelusilla en la mandíbula, en las axilas y el pubis, la historia le parecía tan repetitiva que decidió dejar a su padre solo hablándose a si mismo mientras el se sentaba en la orilla a remover arena como el niño que aun llevaba dentro pugnando por no desaparecer en el ya notorio crecimiento de chaval. Su padre lo observo entre desesperado y molesto y lo dejó solo mientras volvía bajo la sombrilla en la playa y daba un sonoro beso en la mejilla a su norteña y siempre irascible esposa... el drama de nuestro chaval al ver la escena aumentaba entre aspavientos con los brazos y gruñidos al azul cielo por su despiadada e injusta fortuna.


    En la orilla de la playa se sentaba nuestro adolescente maldiciendo su suerte, cuando ella apareció, era una chica de unos dieciseis años, morena de pelo corto y una sonrisa picara casi insolente. Como nuestro chaval, estaba en la playa con su familia, la diferencia era que ella si disfrutaba de cada momento en la playa y sus ojos brillaban oscuros y traviesos mientras revoloteaba alrededor de sus amigas y familia,, para nuestro chico fue una imagen demoledora y letal, estaba herido en el corazón y sentía que se le salia del pecho al ver lo que en ese momento consideró una diosa puesta allí para amarla con toda la pasión que era capaz de juntar y reunir...lo malo es que ella se dió cuenta y lo miró aún con más insolencia y un desafió que parecía decir: ven, inténtalo si tienes lo que hay que tener. ¡¡Por vida de!! claro que entendió con claridad ese desafío, lo entendió tan bien que el sureño que llevaba dentro se dijo: ¡¡por mis huevos que voy a hablar con ella!!

. Pero una cosa es levantarte como el Sol Invicto y otra calentar el valle, y si, aquí nuestro adolescente sintió como si estuviera paralizado por un encantamiento, mientras ella lo desafiaba con la mirada. Y entonces si, amigos, tan rápido se levantó como volvió a sentarse en la arena esta vez no enfadado sino más bien colorado resoplando de vergüenza, esta era sin duda una situación nueva e insólita y como no podía ser de otro modo la vio reírse con ese descaro e insolencia, a el no me enfadó, sino que en su corazón aún encendió mas ese fuego de amor juvenil, era tierno y a la vez ridículo pero fresco y fragante como esa brisa marina de la playa. Y ahí sentado se paso todo el dia hasta que de nuevo paso su padre y le volvió a preguntar si quería darse un paseo por la orilla y esta vez sí, aceptó ese paseo y mientras andaban el adolescente dijo: Papá, ¿cómo fue que conociste a mama aquí en Sopelana. Y entonces comprendió y le pareció la historia más hermosa del mundo, ese día el chico con sus catorce4 años dejó de ser un niño para empezar a convertirse en un joven hombre.


    
Hace unos años me di una vuelta por Sopelana, no era verano y no, no hacia sol, era noviembre hacia un tiempo malisimo con esa lluvia tan salvaje como norteña, la playa estaba como la recordaba, salvaje con su bandera bien roja pero con los chiringuitos cerrados y sólo los vigilantes dando paseos para avisar a despistados y algún surfero buscando una buena ola. Y de pronto me fje en el sitio donde ese chaval miró con timidez a a esa chica y esbocé una sonrisa y me dije:
ay papá lo que nunca me explicaste era como hablar con una chica. Y volví a ver la escena como si de un sueño se tratara e intenté decirle: ¡¡ve por ella, sus ojos piden pasión!!. Pero el tiempo nunca corre hacia atrás y volví a ver como la timidez de la adolescencia lo volvía a derrotar. Lo peor, es que yo tampoco me atreví a decirle nada a esa bruma temporal y me dije: hoy no tengo al pelmazo de mi padre para contarme la maldita historia de como conquistó a mi madre.

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