Ha pasado casi un año
desde que anoté algo en este rincón de mi realidad cotidiana. Han
pasado muchas cosas, no sabría ni como contarlas en grupo así que
intentaré relatarlas poco a poco. Lo primero es que sigo teniendo
reminiscencias de mi pasado con mis amigos presentes, perdidos y
desaparecidos en el tiempo y la niebla de los recuerdos. Otra cosa
que no he perdido es las ganas de abrirme paso contando historias,
quien sabe si conectar con esas historias con personas que se sientan
afines a ellas tanto como me emociono yo al contarlas. Admito sin
embargo que muchas veces siento el desánimo y también cierto temor
a no saber como contarlas o no saber como explicarme, no se... a
veces creo que lo más complicado no es lo que cuentas o como lo
cuentas, es más bien a quien se lo cuentas. O no te entienden, o no
te explicas, o no lo cuentas como deberías o simplemente les importa
un soberano comino.
Empezaré por el final.
No hace mucho recuperé el contacto asiduo y familiar con un viejo
amigo de juergas, charlas interminables, bromas pesadas y mucho,
mucho, mucho, alcohol y lágrimas. Es lo que tienen las amistades de
toda la vida por mucho tiempo que pase siempre están ahí para lo
bueno y para lo malo. Fue edificante y sobre todo mirándolo ahora
desde la distancia y la intimidad de este pensamiento fue algo feliz.
Perdí contacto con él hace años y ahora es todo un padre de
familia asentado y contento, contento con todo lo que en esta
temporadita que llevamos se puede estar. Pero no había perdido esa
chispa y esa mala leche que sólo los amigos tienen hacia sus
verdaderos amigos porque como en cierta ocasión dijo otro amigo, el
tiempo de contacto con una persona te da ese derecho divino, el de
meterte con él. Por razones más que obvias, ahora el irte por las
noches de crapuleo hasta que el gallo levante a toda persona
moralmente responsable se ha acabado. Como se ha acabado el beber
hasta que se nos caiga el alma de llorar o reír mientras nos
contamos nuestras miserias metiéndonos el uno con el otro. Ahora,
cuando nos vemos hacemos lo que tanto criticábamos y de paso
ofendíamos en público y en privado, ¿a saber?: contar
batallitas. Otra cosa que
hacemos es contarlas a medio día un miércoles poco antes de ir a
comer entre dos cervezas, antes era a las tres de la mañana de
cualquier noche y entre muchos... muchos whiskys y mucho humo de
tabaco. Pero es agradable ver que tienes ese amigo o esos amigos aún
con los que hablas sin tapujos de cualquier cosa y que sabes que
aunque te ofenden es porque te aprecian y porque, ¡¡que cojones!!
se lo han ganado tras mucho mucho tiempo de aguantarte de
aguantarnos. El tiempo pasa, pero los amigos de verdad nunca pasan,
esos son como las rocas de una montaña, inamovibles y firmes, puede
que tengan un matojo o dos de más pero eso lo da la vida y eso
también forma parte de ellos tanto como de uno mismo.
Después
de contar algo así tan íntimo y personal, tengo ganas de seguir
hablándole a esta realidad e intentar contar historias porque es
como hablar con este viejo amigo con el que tanto he compartido y
tanto espero compartir aún más aunque sean viejas batallitas. Se me
ocurre un último pensamiento antes de terminar y es que la peor
manera de vivir la vida es arrinconar la memoria olvidando a todos y
a todo con la segura conciencia de que no te importa, por que...¿que
somos sin nuestros recuerdos de lo bueno y lo malo?. Pues eso y para
eso sirven los amigos para eso precisamente.
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