martes, 3 de junio de 2014

Los amigos, las historias y el regreso

Ha pasado casi un año desde que anoté algo en este rincón de mi realidad cotidiana. Han pasado muchas cosas, no sabría ni como contarlas en grupo así que intentaré relatarlas poco a poco. Lo primero es que sigo teniendo reminiscencias de mi pasado con mis amigos presentes, perdidos y desaparecidos en el tiempo y la niebla de los recuerdos. Otra cosa que no he perdido es las ganas de abrirme paso contando historias, quien sabe si conectar con esas historias con personas que se sientan afines a ellas tanto como me emociono yo al contarlas. Admito sin embargo que muchas veces siento el desánimo y también cierto temor a no saber como contarlas o no saber como explicarme, no se... a veces creo que lo más complicado no es lo que cuentas o como lo cuentas, es más bien a quien se lo cuentas. O no te entienden, o no te explicas, o no lo cuentas como deberías o simplemente les importa un soberano comino.

Empezaré por el final. No hace mucho recuperé el contacto asiduo y familiar con un viejo amigo de juergas, charlas interminables, bromas pesadas y mucho, mucho, mucho, alcohol y lágrimas. Es lo que tienen las amistades de toda la vida por mucho tiempo que pase siempre están ahí para lo bueno y para lo malo. Fue edificante y sobre todo mirándolo ahora desde la distancia y la intimidad de este pensamiento fue algo feliz. Perdí contacto con él hace años y ahora es todo un padre de familia asentado y contento, contento con todo lo que en esta temporadita que llevamos se puede estar. Pero no había perdido esa chispa y esa mala leche que sólo los amigos tienen hacia sus verdaderos amigos porque como en cierta ocasión dijo otro amigo, el tiempo de contacto con una persona te da ese derecho divino, el de meterte con él. Por razones más que obvias, ahora el irte por las noches de crapuleo hasta que el gallo levante a toda persona moralmente responsable se ha acabado. Como se ha acabado el beber hasta que se nos caiga el alma de llorar o reír mientras nos contamos nuestras miserias metiéndonos el uno con el otro. Ahora, cuando nos vemos hacemos lo que tanto criticábamos y de paso ofendíamos en público y en privado, ¿a saber?: contar batallitas. Otra cosa que hacemos es contarlas a medio día un miércoles poco antes de ir a comer entre dos cervezas, antes era a las tres de la mañana de cualquier noche y entre muchos... muchos whiskys y mucho humo de tabaco. Pero es agradable ver que tienes ese amigo o esos amigos aún con los que hablas sin tapujos de cualquier cosa y que sabes que aunque te ofenden es porque te aprecian y porque, ¡¡que cojones!! se lo han ganado tras mucho mucho tiempo de aguantarte de aguantarnos. El tiempo pasa, pero los amigos de verdad nunca pasan, esos son como las rocas de una montaña, inamovibles y firmes, puede que tengan un matojo o dos de más pero eso lo da la vida y eso también forma parte de ellos tanto como de uno mismo.

Después de contar algo así tan íntimo y personal, tengo ganas de seguir hablándole a esta realidad e intentar contar historias porque es como hablar con este viejo amigo con el que tanto he compartido y tanto espero compartir aún más aunque sean viejas batallitas. Se me ocurre un último pensamiento antes de terminar y es que la peor manera de vivir la vida es arrinconar la memoria olvidando a todos y a todo con la segura conciencia de que no te importa, por que...¿que somos sin nuestros recuerdos de lo bueno y lo malo?. Pues eso y para eso sirven los amigos para eso precisamente.

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